El límite (cuando empatizar ya no es posible)

Todos tenemos un límite, un límite que debemos respetar por nuestra salud, nuestra energía y para poder conservar nuestra vibración intacta.

Hay veces que con un gesto, unas palabras, un acercamiento pretendemos animar, consolar o motivar a alguien, sin embargo, para que esto resulte efectivo la otra persona tendrán que estar receptiva a la ayuda que queremos brindarle.

En muchísimos casos esa persona solamente quiere revolverse en su mierda, y su afán es alguien que escuche y justifique con él que el causante de sus males es siempre ajeno, y que nada puede hacerse para cambiar la situación que se vive o experimenta.

En este caso todas nuestras buenas intenciones, nuestra empatía pueden servir de bien poco, pues si decimos algo contrario al credo establecimiento en ese mismo instante pasaremos a ser para del problema perturbador.

Sencillamente no se puede ayudar a quién no quiere ayudarse a sí mismo, además permanecer durante horas con estas personas que continuamente se sienten víctimas de la vida, termina minando nuestra propia energía, pues todo son quejas, lamentos, justificaciones absurdas para no mirar adentro.

Así que podemos ser amables, empáticos, comprensivos, pero lo primero que tenemos que ser es sinceros y amorosos con nosotros mismos, y eso significa evitarnos estas situaciones, o permanecer en ellas el menor tiempo posible.

Ayudamos más si no permitimos sostener esta energía negativa, frustrada y victimista, pues la persona tiene que darse cuenta de que en la vida todo es causa y efecto, y que nuestros actos, pensamientos y decisiones influyen en la vida que vivimos.

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